miércoles, 20 de abril de 2011

OPINIÓN

Torrente o el triunfo del cinebasura
Eusebio Cedena

Lo sorprendente del histórico taquillazo de la saga de Torrente, convertido en récord del cine español en su cuarta entrega, no es el éxito sino la aceptación acrítica y complacida de un subproducto cinematográfico tan cochambroso como antiguo. Que una parte de la sociedad española se haya puesto en la cola de los cines para ver el espectáculo entra dentro de lo previsible y a nadie tiene que extrañar, pero lo que resulta incomprensible es cierta aureola de coleguismo progresista, genialoide y divertido que rodea al universo torrentiano y a su director, el inefable Santiago Segura, especialmente entre cierto público juvenil.

Es verdad que Segura ha demostrado un gran talento para el negocio cinematográfico y que, a partir de un notable conocimiento de su público objetivo, ha creado una saga que le está dando grandes alegrías a su cuenta corriente, pero el encaje de Torrente en la historia del cine es otra cosa. Sobreactúa Santiago Segura cuando, en algunas entrevistas, parece mostrarse ofendido e irónico ante los evidentes reproches de la crítica más exigente: es plenamente consciente de la naturaleza exacta de su bodrio pero intenta mantener, a base de gracietas y guiños a "su" gente, esa imagen bien cuidada de coleguita gracioso y enrollado que tan perfectamente rompe con la caspa de toda la saga y le permite colocar un producto de muy baja calidad como si de otra cosa se tratase.

Es probable que la inmensa mayoría de los espectadores complacidos de Torrente 4, que se jactan de haber visto tan ricamente la película, hubieran salido horrorizados de cualquier sesión "binguera" de Fernando Esteso y Andrés Pajares, y ello a pesar de que nos encontramos ante la misma clase, o parecida, de bazofia cultural o cinematográfica. Torrente no está en un plano superior de aquellas películas-basura de los años 70 en el cine español, sino todo lo contrario, es un dignísimo heredero de esa tradición, pero su truco está en la imagen, el envoltorio, el marketing, la presentación. Una vez quitamos el lazo encontramos dentro el  mismo regalo grasiento, sudoroso y supercasposillo de siempre.

Lo que pasa es que Santiago Segura es un tipo muy listo y se trabaja mucho la parte comercial. Es su fuerte. Un actor correcto y un pésimo director de cine con muy buenas dotes para la psicología de masas, el impacto mediático y el trato financiero. No corre ni gota de cine por sus venas, pero siempre encuentra a mano un chistecillo grosero y facilón, y una camiseta de AC/DC, con los que calentar los previos de una mala sesión cinematográfica. Tal vez haya perdido el respeto de los aficionados al cine, pero se ha ganado con solvencia el del director de su banco. Que, según parece, era de lo que legítimamente se trataba.

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